IA y empleo: el mismo miedo de siempre
La llegada de la inteligencia artificial ha reavivado el temor histórico al desempleo tecnológico. Como ocurrió con el ferrocarril, la electricidad o internet, este miedo ignora el patrón económico: la innovación destruye ciertos empleos, pero crea muchos más y eleva la productividad.

Autor: Darío Fajardo, Estudiante de Ingenieria Informatica y Voluntario de SFL España
Con el reciente desarrollo de tecnologías basadas en inteligencia artificial, hemos presenciado un nuevo episodio de un ciclo que ha tenido numerosos precedentes a lo largo de la historia: innovación y desempleo, dos elementos relacionados que parecen estar en constante tensión y cuya interacción siempre genera polémica y preocupación. Ocurrió con el ferrocarril, con la electricidad, con el telar y con internet; sin embargo, en todos estos casos, el miedo fue infundado, y esta vez la situación se repite.
Durante la Revolución Industrial, el avance técnico provocó preocupación entre los artesanos textiles, quienes, ante la impotencia, encabezaron protestas que incluyeron violencia y destrucción de maquinaria. La historia dio la razón a quienes no apoyaron este movimiento: millones de empleos fueron creados y el resultado neto fue extraordinariamente positivo. Algo similar sucedió con el ferrocarril: se presumió que se verían damnificados cocheros, carreteros, posaderos y otros; si bien esto fue cierto, el efecto positivo en otros sectores, como la construcción, el turismo o la minería del carbón, fue notablemente mayor.
No debe reducirse la cuestión a una simple enumeración de sucesos históricos; se trata de un patrón racional que puede extraerse de manera universal. El avance técnico siempre supone la destrucción de algunos empleos a corto plazo, pues modifica la estructura de ciertas industrias; pero, al mismo tiempo, implica mejoras tecnológicas que generan crecimiento económico, creación de nuevos empleos y aumentos en la productividad. Hazlitt criticó bien este error en su obra La economía en una lección, donde explica que el buen economista no solo se fija en las consecuencias inmediatas, sino también en aquellas posteriores y más difíciles de ver.
Superar este miedo es esencial, no solo por las causas que pueda tener el descontento social, sino también porque constituye la excusa perfecta para justificar regulaciones e impuestos. El Estado siempre meterá sus sucias manos allí donde pueda; si le damos razones, no dudará en quitarnos lo nuestro. Los impuestos al avance tecnológico solo perjudican la producción y retrasan la innovación, empeorando nuestra calidad de vida. Además, los subsidios masivos a las personas que pierdan su empleo implican la extracción ilegítima de dinero para financiar la improductividad y dificultar la adaptación laboral.
La inteligencia artificial tiene el potencial de convertirse en la tecnología que nos permita desarrollar nuestra creatividad al máximo nivel. Lejos de reemplazarnos, nos potenciará: nos librará de tareas rutinarias que limitan nuestras opciones al ocupar tiempo de trabajo, y nos permitirá mostrar nuestro talento. Ya se han creado profesiones nuevas basadas en estas tecnologías y se han modificado otras, como la programación o el diseño gráfico. Si no dejamos que el Estado lo impida, estamos ante uno de los avances técnicos más importantes de la historia.