¿Cucuruchos contra Feministas? Beneficios del enemigo externo y el odio interno

Autor: Alexa Porti. Licenciada en Relaciones Internacionales. Maestría en gestión pública y liderazgo político.

A inicios de octubre, en la ciudad de Guatemala, se hizo viral un video donde se ve un grupo de activistas feministas, que decidió creer que su derecho a manifestar, incluía el estar obstaculizando el paso de la procesión extraordinaria por el centenario fundacional de la hermandad de la santa cruz en la zona 1 de la ciudad capital.

En las imágenes se puede ver el color morado de la vestimenta de los cucuruchos (También conocidos como Devota Cargadora, que es una persona que participa en procesiones de Nazarenos, Sepultados, Dolorosas o Resucitados que se organizan en la Cuaresma y Semana Santa en Guatemala), y al frente de ellos, al verde de los pañuelos de las mujeres que obstruyen la movilidad de la procesión. El incidente en el que las feministas bloquearon el paso de una procesión para expresar su molestia con la ineficacia de las políticas de gobiernos, no es un caso aislado, sino un síntoma de algo mucho más profundo, que ya se manifiesta en toda la región hispanoamericana.

Como una primera aproximación hacia ambos grupos, una persona bajo el efecto de la propaganda, puede creer que representan luchas que parecen incompatibles: La expresión de la tradición religiosa de un segmento poblacional; frente a una supuesta lucha por una causa política denominada equidad de género. Pero al observar más de cerca, se hace evidente que estas confrontaciones no son más que una representación gráfica de los problemas reales de la batalla cultural, que intrínsecamente conlleva una controversia sobre los valores derivados de la experiencia espiritual, y que alimenta la confrontación política de la humanidad.

El enfrentamiento entre cucuruchos y feministas, cuenta con un simbolismo de esta época de conflictos que parecen irreconciliables: por un lado, la defensa de la Libertad religiosa, Cultural, de Asociación y Manifestación; y, por otro, el derecho a una lucha revolucionaria por una muy subjetiva justicia social (excesivamente discrecional) que en este caso pretende enarbolar los derechos de las mujeres. Que así justificaría cualquier acción contra otros seres humanos, como sacrificios necesarios por la causa revolucionaria.

Esta representación simbólica de la batalla cultural, y por lo tanto, en breve, política, que se está desatando en el hemisferio occidental. Y que cabe resaltar, puede llevar a sus sociedades ilustradas a la destrucción o la catástrofe oscurantista. También nos puede invitar a un milagro de reconciliación. Pues de la misma representación se puede abstraer que ambos grupos, están en busca de objetivos en común: justicia, respeto y un sentido de pertenencia en un mundo que se siente cada vez más fragmentado.

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Al adentrarse a estudiar la dinámica del poder de los amos del mundo y cómo utilizan ideologías populistas como el progresismo para destruir a las sociedades occidentales y servirse a sí mismos otra copa de poder, mientras derraman la miseria y el odio entre iguales. Ideologías con las que a través del problema de la total ineficiencia pública, orientan a miles de jóvenes a concluir que la solución de este fenómeno, se basa en la agresión a las libertades de otros que adolecen de los mismos males, especialmente a las personas que experimentan su espiritualidad de forma comunitaria.

Y creo que es importante entender que esta lucha (la de quienes creen) es una que como creyentes de la tradición cristiana ya hemos vivido como batalla espiritual. Que entendemos que todos tenemos como adversario en común, a quien pretenda doblegar a unos por sobre otros:

«Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”
Efesios 6:12

Y es que mientras los ciudadanos se enfrentan entre sí, por diferencias en narrativas impuestas por políticos o por las élites que intervienen financiando esas narrativas, son grandes consorcios mercantilistas quienes se benefician del caos y el odio entre sí. Mantienen el control sobre los recursos, dictan las políticas y sus agendas que nos afectan a todos, y siguen explotando a una sociedad distraída por batallas superficiales. Como si no hubiésemos aprendido nada de nuestro pasado común.

Las élites que ya controlan las estructuras políticas, económicas y sociales de muchos países, han perfeccionado el arte de la división. Nos han hecho creer que la imagen del conflicto entre los cucuruchos y las feministas, es una representación universal de supuesto conflicto entre la libertad de fe y el progreso, entre lo tradicional y lo moderno, entre la cultura de vida y la muerte. Y que este es el gran problema y la gran causa de su revolución.

Pero la verdad es mucho más simple y más perversa: Al presentarnos estas divisiones en la representación, nos enfocamos en el conflicto entre ser parte de los cucuruchos y ser parte de las feministas. Mientras nuestros impulsos nos impiden ver o cuestionarnos ¿Quiénes alimentan el conflicto? ¿Quiénes realmente aumentan su poder con el conflicto? ¿Quién está satisfecho con un pueblo dividido? Porque un pueblo dividido, es más fácil de controlar.

Es acá, donde quisiera tomarme el atrevimiento de invitar al lector (sin importar sus creencias políticas o religiosas) a cuestionarse ¿Qué pasaría si en lugar de vernos como adversarios, nos vemos como complementos para alcanzar los mismos objetivos? Creo que debemos comprender que la verdadera amenaza es la división misma, a la que se nos ha inducido.

Personas sedientas de poder, han sembrado la semilla de la discordia, haciéndonos creer que nuestras diferencias son insuperables. La clave está en la unidad ¿Es posible luchar por los derechos de las mujeres sin denigrar la fe de los cucuruchos? ¿Acaso no hay mujeres creyentes que luchan por un mundo mejor? Quiero decir, la verdadera amenaza no es el otro, no es el grupo A o el grupo B dentro de la representación de la imagen presentada; la verdadera amenaza es la mano que alimenta la división que se nos impone desde las esferas del poder más altas, que financian grupos de propaganda, lobby de choques en Guatemala, en nuestra región o alrededor del mundo.

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Las élites han perfeccionado la estrategia del «divide y vencerás». Nos enfrentan a diario en los medios, en las calles y en nuestras comunidades, porque entienden que una sociedad dividida o mejor aún, confrontada, no puede unirse para desafiar sus métodos de control en esta guerra psicológica. No dejemos que nos engañen. La división es su herramienta más poderosa, y mientras sigamos enfrentándonos entre nosotros, continuaremos siendo sus peones en un juego que nunca ganaremos.

Es hora de esforzarnos por dejar de lado nuestras diferencias superficiales y ampliar la perspectiva de manera conjunta. Solo unidos, todos los que buscan un mundo más justo, creyentes o no, podrán enfrentar a las verdaderas élites que nos mantienen persiguiendo a las sombras en la caverna, y separados a pesar de estar unos junto a otros, durante tanto tiempo. Concluyentemente, el poder y la gracia está en nuestras manos, en las de cada individuo. Pero solo servirá al bien, si lo ejercemos por medio del don de la razón.

Al final de todo, amarnos unos a otros, es un reto más grande que el odiarnos unos a otros.

“Os doy un mandamiento nuevo: Amaos unos a otros; como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros. Vuestro amor mutuo será el distintivo por el que todo el mundo os reconocerá como discípulos míos”
Juan 13:34-35

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Alexa Portillo. Licenciada en Relaciones Internacionales. Maestría en gestión pública y liderazgo político. Más de 400k de suscriptores en el canal de YouTube llamado fuera de línea donde aborda temas de política internacional y 130k en TikTok donde aborda temas políticos nacionales (Guatemala) y de coyuntura.

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